Monday, August 15, 2005

Reconocimiento de Méritos


La Fortuna

ó ¿Por qué nos cuesta reconocer los méritos, ... oportunamente?

Hace días atrás obsequié a un grupo de maestros un antipoema de Nicanor Parra. Mi gesto obedecía simplemente a complementar una actividad de análisis curricular en el área de la comprensión de lectura, por lo que me apliqué en hacer una presentación en Power Point con el interesante mensaje de Nicanor y, luego, en leerlo con el mayor sentimiento poético que me era posible. He aquí el texto poético.

La Fortuna

Nicanor Parra

La fortuna no ama a quien la ama:

Esta pequeña hoja de laurel

Ha llegado con años de retraso.

Cuando yo la quería

Para hacerme querer

Por una dama de labios morados

Me fue negada una y otra vez

Y me la dan ahora que estoy viejo.

Ahora que no me sirve de nada.

Ahora que no me sirve de nada

Me la arrojan al rostro

Casi

como

una

palada

de

tierra...

Como esperaba mi auditorio escuchó atentamente a Nicanor. Luego escuché sus reacciones y sin sorpresa comprendí que el mensaje fue decodificado desde la experiencia de cada uno. Un maestro, con bastantes años de clases en el cuerpo, asoció la temática del poema con lo extemporáneo que le resultaban las iniciativas de reforma educacional que lo compelían a cambiar sus prácticas, “han llegado tarde a mi vida, demasiado tarde, ya no cambiaré...”, me pareció entender. Otros manifestaron que sus virtudes y esfuerzos simplemente no eran recompensados. Como vemos, fueron más “severos”, incluso, que el propio Nicanor Parra.

Esta experiencia me hizo pensar en los antiguos atenienses que dieron un sentido de refinamiento a cada objeto de reflexión o de pasión mediante recompensas que consistían en beneficios u honores con los que premiaban todo esfuerzo de ingenio empleado en conseguir el placer, el adorno o el mejoramiento de la vida, fundamentalmente en las artes como impulsoras de la trascendencia humana. No tengo dudas que las “artes de enseñar” a otros se encuentran allí. La fortuna de la que habla Nicanor es aquella. La que nunca llega a tiempo, ... llega tan tarde que tiene olor y color a muerte, ... “casi como una palada de tierra”.

Si por alguna extraña razón algún bienaventurado joven rompe esta tradición la propia poesía griega también nos recuerda lo que pasa con él. Veamos.

Quien obtiene de pronto un noble premio

En los fecundos años de juventud

Se eleva lleno de esperanza; su hombría adquiere alas;

Posee en su corazón algo superior a la riqueza

Pero breve es la duración del deleite humano.

Pronto se derrumba; alguna horrible decisión lo quita de raíz.

¡Flor de un día! Esto es el hombre, una sombra en un sueño.[1]

Sin embargo, y esta es mi posición sobre el tema, no creo que debamos someternos tan fácilmente a estos designios, aun cuando Platón en El Menón nos señale que “el virtuoso no lo es por obra del conocimiento, y por tanto no puede transmitir a otros sus cualidades. El virtuoso no difiere grandemente del profeta o del adivino, por cuanto ellos también suelen decir la verdad sin conocer profundamente las cosas sobre las que hablan. La virtud, no obstante, está en desventaja respecto al saber científico, por cuanto la ciencia triunfa siempre y el que sólo posee la opinión verdadera, unas veces triunfa y otras fracasa”. Por todo aquello, el reconocimiento justo y el justo mérito se ubica por sobre la ciencia y el conocimiento, ... se encuentra en la esfera de la ética, cuestión intrínsecamente humana. Invito entonces a actuar éticamente: reconozcamos valor a nuestro trabajo y, fundamentalmente, a la labor de los otros, ... especialmente a aquellos que anónimamente y día a día contribuyen a hacer de nuestra vida un poquito mejor. Desafío ético. Otro desafío que debiera manternos vivos y atentos a los signos dehumanizadores de nuestra época.


Camilo Ríos

Valdivia, Chile, 15 de agosto de 2005.




[1] Antología de la poesía lírica griega. Unam. México. 1988 p.87